22 DE ABRIL, DÍA DE LA TIERRA
Con motivo de la celebración del
Día de la Tierra, dedicamos esta entrada en el blog a la recuperación de un
documento que, dos siglos después de ser redactado, continúa considerándose la
declaración más hermosa y profunda que se haya realizado en defensa del medio
ambiente. Se trata de la Carta, que el Jefe Indio Seattle de la
tribu Suquamish envió al presidente de los Estados Unidos Franklin Pierce en 1855, como
respuesta a la oferta de compra de las tierras de los Suquamish en el noroeste
de los Estados Unidos.
CARTA DEL JEFE
INDIO SEATTLE
El Gran Jefe de
Washington manda decir que desea comprar nuestras tierras. El Gran Jefe también
nos envía palabras de amistad y buena voluntad. Apreciamos esta gentileza
porque sabemos que poca falta le hace, en cambio, nuestra amistad. Vamos a
considerar su oferta, pues sabemos que, de no hacerlo, el hombre blanco podrá
venir con sus armas de fuego y tomarse nuestras tierras. El Gran Jefe de
Washington podrá confiar en lo que dice el Jefe Seattle con la misma certeza
con que nuestros hermanos blancos podrán confiar en la vuelta de las estaciones.
Mis palabras son inmutables como las estrellas.
¿Cómo podéis comprar o vender
el cielo, el calor de la tierra? Esta idea nos parece extraña. No somos dueños
de la frescura del aire ni del centelleo del agua. ¿Cómo podríais comprarlos a
nosotros? Lo decimos oportunamente. Habeis de saber que cada partícula de esta
tierra es sagrada para mi pueblo. Cada hoja resplandeciente, cada playa
arenosa, cada neblina en el oscuro bosque, cada claro y cada insecto con su
zumbido son sagrados en la memoria y la experiencia de mi pueblo. La savia que
circula en los árboles porta las memorias del hombre de piel roja. Los muertos del hombre blanco
se olvidan de su tierra natal cuando se van a caminar por entre las estrellas. Nuestros muertos jamás olvidan esta hermosa tierra porque ella es la madre del
hombre de piel roja. Somos parte de la tierra y ella es parte de nosotros. Las
fragantes flores son nuestras hermanas; el venado, el caballo, el águila
majestuosa son nuestros hermanos. Las praderas, el calor corporal del potrillo
y el hombre, todos pertenecen a la misma familia. "Por eso, cuando el Gran
Jefe de Washington manda decir que desea comprar nuestras tierras, es mucho lo
que pide. El Gran Jefe manda decir que nos reservará un lugar para que podamos
vivir cómodamente entre nosotros. El será nuestro padre y nosotros seremos sus
hijos. Por eso consideraremos su oferta de comprar nuestras tierras. Mas, ello
no será fácil porque estas tierras son sagradas para nosotros. El agua
centelleante que corre por los ríos y esteros no es meramente agua sino la
sangre de nuestros antepasados. Si os vendemos estas tierras, tendréis
que recordar que ellas son sagradas y deberéis enseñar a vuestros hijos que lo
son y que cada reflejo fantasmal en las aguas claras de los lagos habla de
acontecimientos y recuerdos de la vida de mi pueblo. El murmullo del agua es la
voz del padre de mi padre.
Los ríos son nuestros
hermanos, ellos calman nuestra sed. Los ríos llevan nuestras canoas y alimentan
a nuestros hijos. Si os vendemos nuestras tierras, deberéis recordar y enseñar
a vuestros hijos que los ríos son nuestros hermanos y hermanos de vosotros;
deberéis en adelante dar a los ríos el trato bondadoso que daréis a cualquier
hermano. Sabemos que el hombre blanco
no comprende nuestra manera de ser. Le da lo mismo un pedazo de tierra que el
otro porque él es un extraño que llega en la noche a sacar de la tierra lo que
necesita. La tierra no es su hermano sino su enemigo. Cuando la ha conquistado
la abandona y sigue su camino. Deja detrás de él las sepulturas de sus padres
sin que le importe. Despoja de la tierra a sus hijos sin que le importe. Olvida
la sepultura de su padre y los derechos de sus hijos. Trata a su madre, la
tierra, y a su hermano el cielo, como si fuesen cosas que se pueden comprar,
saquear y vender, como si fuesen corderos y cuentas de vidrio. Su insaciable
apetito devorará la tierra y dejará tras sí sólo un desierto.

El aire es algo precioso para el hombre de piel roja porque todas las cosas comparten el mismo aliento: el animal, el árbol y el hombre. El hombre blanco parece no sentir el aire que respira. Al igual que un hombre muchos días agonizante, se ha vuelto insensible al hedor. Mas, si os vendemos nuestras tierras, debéis recordar que el aire es precioso para nosotros, que el aire comparte su espíritu con toda la vida que sustenta. Y, si os vendemos nuestras tierras, debéis dejarlas aparte y mantenerlas sagradas como un lugar al cual podrá llegar incluso el hombre blanco a saborear el viento dulcificado por las flores de la pradera.
Consideraremos vuestra oferta de comprar nuestras tierras. Si decidimos
aceptarla, pondré una condición: que el hombre blanco deberá tratar a los
animales de estas tierras como hermanos. Soy un salvaje y no comprendo otro
modo de conducta. He visto miles de búfalos pudriéndose sobre las praderas,
abandonados allí por el hombre blanco que les disparó desde un tren en marcha.
Soy un salvaje y no comprendo como el humeante caballo de vapor puede ser más
importante que el búfalo al que sólo matamos para poder vivir.
¿Qué es el hombre sin los
animales? Si todos los animales hubiesen desaparecido, el hombre moriría de una
gran soledad de espíritu. Porque todo lo
que ocurre a los animales pronto habrá de ocurrir también al hombre. Todas las
cosas están relacionadas ente sí. Vosotros debéis enseñar a
vuestros hijos que el suelo bajo sus pies es la ceniza de sus abuelos. Para que
respeten la tierra, debéis decir a vuestros hijos que la tierra está plena de
vida de nuestros antepasados. Debéis enseñar a vuestros hijos lo que nosotros
hemos enseñados a los nuestros: que la tierra es nuestra madre. Todo lo que
afecta a la tierra afecta a los hijos de la tierra. Cuando los hombres escupen
el suelo se escupen a sí mismos.
Esto lo sabemos: la tierra no pertenece al hombre, sino que el hombre
pertenece a la tierra. El hombre no ha tejido la red de la vida: es sólo una
hebra de ella. Todo lo que haga a la red se lo hará a sí mismo. Lo que ocurre a
la tierra ocurrirá a los hijos de la tierra. Lo sabemos. Todas las cosas están
relacionadas como la sangre que une a una familia.
Aún el hombre blanco, cuyo Dios se
pasea con él y conversa con el -de amigo a amigo no puede estar exento del
destino común-. Quizá seamos hermanos, después de todo. Lo veremos. Sabemos
algo que el hombre blanco descubrirá algún día: que nuestro Dios es su mismo
Dios. Ahora pensáis quizá que sois dueño de nuestras tierras; pero no podéis
serlo. Los hombres blancos también pasarán, tal vez antes
que las demás tribus. Si contamináis vuestra cama, moriréis alguna noche
sofocados por vuestros propios desperdicios. Pero aún en vuestra hora final os
sentiréis iluminados por la idea de que Dios os trajo a estas tierras y os dio
el dominio sobre ellas y sobre el hombre de piel roja con algún propósito
especial. Tal destino es un misterio para nosotros porque no comprendemos lo
que será cuando los búfalos hayan sido exterminados, cuando los caballos
salvajes hayan sido domados, cuando los recónditos rincones de los bosques
exhalen el olor a muchos hombres y cuando la vista hacia las verdes colinas
esté cerrada por un enjambre de alambres parlantes. ¿Dónde está el espeso
bosque? Desapareció. ¿Dónde está el águila? Desapareció. Así termina la vida y
comienza la supervivencia....
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